Bodegas «Señorío de Otazu»
Otazu, Navarra
La empresa vinícola Otazu comenzó su actividad en 1991, aunque ya se ha implantado en una antigua hacienda cuyas producciones datan desde el siglo XIV
Los viñedos se extiendan sobre una superficie de 92 hectáreas y están rodeados de las cadenas montañosas del Perdón y de la Peña de Echauri, protegiendo el valle y proporcionándole un microclima ideal para el cultivo de la uva.La actual bodega, situada en el centro del viñedo, fue construida en 1997 conjugando tradición, modernidad y belleza.
La bodega subterránea, proyectada por el arquitecto Jaime Gaztelu Quijano y por el ingeniero Juan José Arenas de Pablo, es uno de los espacios más intrigantes del conjunto arquitectónico, tanto por la innovación estructural de su cubierta en crucería, como por la fascinación de otros tiempos que logra conservar, a pesar del empleo de un material contemporáneo, como es el hormigón.
Asentada sobre una sólida planta en forma de herradura que se abre hacia el valle, la nueva estructura engloba, aún permaneciendo apartada de la misma, la antigua bodega en estilo francés, construida en 1860 y ahora destinada a la representación de la empresa.
Dos nuevos cuerpos, más bajos y con techo a dos aguas, se encuentran enfrente, en perpendicular con el edificio histórico, y albergan por una parte todos los procesos de elaboración de la uva (prensado, colado, fermentación), y por otra parte, las zonas para el embotellamiento y para el envejecimiento en botella.
Los tres cuerpos abrazan un patio cuadrado que esconde, bajo el césped, las bodegas subterráneas para el envejecimiento del vino. Ahí se almacenan 3000 «bordelesas», típicas barricas de 225 litros, fabricadas con madera de roble Allier francés y de roble americano.
La gran estancia subterránea es un cuadrado de 54 m de lado en planta, que se divide en 9 dameros idénticos, es decir de 18 metros de lado, a partir de los cuales se organizan las bóvedas de crucería, que en clave tienen 5.4 metros de altura. Cada bóveda de crucería es el resultado de la intersección de dos bóvedas de directriz parabólica, con lo que la estructura es antifunicular de las cargas gravitatorias. Es de destacar, además, la esbeltez de las bóvedas, que gracias a su adecuada forma para resistir los esfuerzos debidos a las acciones internas y externas, principalmente del tipo permanente (peso propio y relleno de tierras); posibilita unos cantos en la misma que oscilan entre los 20 cm en clave y los 33 en sus arranques.
Para compensar los empujes horizontales de las bóvedas debidos a acciones desequilibradas, sus cimentaciones han sido arriostradas mediante vigas de atado, facilitando así la ejecución de las zapatas, las cuales transmiten únicamente esfuerzos verticales al terreno. Bueno, esto no es del todo cierto, ya que en las zapatas perimetrales, además de las vigas de atado, se orientó la superficie de apoyo de las zapatas para transmitir de un modo más directo las acciones al terreno, ya que las bóvedas perimetrales no ven sus empujes horizontales compensados, especialmente en la fachada de acceso a la bodega subterránea.
El hormigón, que se ha dejado visto, muestra un aspecto cálido gracias a las marcas que las tablas de madera de pino machihembrada empleadas como encofrado de las bóvedas han dejado en sus paramentos. Claro que esto hubiese sido bien distinto si no se hubiese estudiado el despiece de dichas tablas para que señalaran las líneas de nivel de las bóvedas y los sutiles rehundidos de división entre módulos de bóveda, que remarcan la directriz parabólica de las mismas, además de establecer las necesarias juntas de dilatación para eliminar esfuerzos debidos a la retracción del hormigón.
En cierto modo, estas marcas en el hormigón son una extrapolación de las cuadernas de las barricas, como si éstas, se hubiesen fosilizado en los paramentos de la cueva que las acoge.
Aunque hasta ahora no se había comentado, la espectacularidad de las bóvedas radica en que surgen directamente del suelo, a partir de unas basas de las que nacen cuatro directrices parabólicas, creando la sensación de estar en una cueva, como si de una primigenias bodega se tratara. Además, la acertada iluminación ascendente desde la basa, hace que el suelo se pierda y que las bóvedas parezcan levitar, aligerándose del todo.
Cabe añadir que la arquitectura no es sólo estética y economía en el empleo de los materiales, misión que cumple a la perfección el hormigón cuando es solicitado a esfuerzos de compresión; sino también funcionalidad, ya que las bóvedas, junto al relleno que las recubre, aíslan las barricas favoreciendo el envejecimiento del vino al evitar fuertes variaciones térmicas y de humedad, logrando el punto idóneo para la conservación del vino.
Como conclusión, recoger las palabras de uno de sus autores, Juan José Arenas, al respecto de su obra: «Las bóvedas esbeltas de hormigón de esta bodega crean un ambiente tan especial, suma de reposo y tranquilidad, que su descripción sólo puede dar un pálido reflejo de la realidad que componen. Naciendo de robustos, aunque delicados, pedestales, estas bóvedas trasmiten al observador todo el sentimiento asociado con el espacio humano: desde la percepción telúrica derivada de su arranque del mismo suelo, hasta su curvatura que la mente humana relaciona con la resistencia de las cuevas naturales. Las dos familias de bóvedas definen un volumen interno cargado de inesperados espacios colaterales que varían de modo continuado con el movimiento del observador y que transforman una visita a ellas en una experiencia inolvidable.»